Actualizándome con noticias desbordantes como el titular de LA RAZÓN.es donde dice claramente;
Bretón cree «una aberración» decir que sus hijos han sido quemados, o enterarte de que en tu pueblo todavía se lleva lo del callejón oscuro y el caramelo... he recordado, una historia que he escrito en mi primer año de carrera. Relata sucesos tan cotidianos como estos, tan vergonzosos como muchos otros vividos ayer y tan ABERRANTES y repugnantes como los que todavía se espera encontrar.
Es una historia dónde unas muñecas son las protagonistas de un mal sueño, lo que nosotros entendemos por pesadilla.
Escrita de una manera poética pero sin duda desde el más literal enfado.
El tópico del caramelo
desconocido.
Las paredes eran viejas
y llenas de
recortes pegados con celo
de ese que
ya no esperas que salga
la marca de la pared. Revistas
de épocas anteriores, quién sabe
desde que año
podía tener ese
fajo de revistas
ahí acumuladas con una
espesa capa de polvo. En
el suelo algunas botellas de cervezas
vacías de una de las muchas noches en
que la locura obsesiva
se apodera de él.
Un olor muy
fuerte y desagradable
ambienta la habitación.
La
estanterías están intactas, sus muñecas
están desnudas, colocadas en fila, perfectamente cuidadas y peinadas.
Es así como
a él le gustan, el perfil
idóneo de la mujer
físicamente perfecta. Pero a Ramiro, no le gustaban las mujeres.
Él buscaba algo mucho más
delicado, sensible, con el que sueña
despierto todas las
noches donde su poder
de imaginación le lleva a
perderse hasta ahogarse
de placer.
Las siente tan
cerca que casi
puede tocarlas
y oler su perfume
de miel, acariciándoles primero las piernas continuando muy suavemente
entre los dedos de
los pies… parecen tranquilas, pero están muy
asustadas. Comienza a subir
lentamente, ahora ya con mayor énfasis
hasta llegar al
punto de distorsión,
al punto de locura,
de rabia… Ramiro
tiene que despertarse.
La realidad es tan
cruda, que le persigue
hasta encontrarle.
Son unos gritos de
desesperación infantil, unos gritos imparables
que le hacen
perder el control, que le impiden seguir soñando.
Está completamente excitado, les toca los pechos
luego el ombligo
de esa cinturita de avispa…
pero cada vez son más
los chillidos y más altos. Diferentes
voces que buscan escapatoria
de aquella vergüenza que sienten, se desesperan…
y Ramiro se desespera
con ellas.
Huele sus cabellos
largos y a pedazos se los va arrancando una a una, les
lame sus narices, sus ojos pintados; azules, verdes, color miel…
se las traga, enteras
se las ha tragado.
Ahora sólo están los
cuerpos y él. Esos bellos cuerpos ya no tienen identidad, él mismo
se ha apoderado de ella. Le cuesta respirar pero sigue
excitado, sabe que en un tiempo ese
dolor, ese sufrimiento,
será expulsado. Ambos se
liberarán.
Ramiro se muere de placer,
logra llegar al clímax
de una manera
que le vuelve loco, tan loco
que sabe que
los rostros de sus preciosas muñecas siguen siendo
los mismos pero que
en su último
sueño sus rostros
no dejaban de llorar,
gritaban ¡mamá! y estaban
completamente deformados.
El placer le ahogó y
gracias a lo que hoy
llamamos justicia, el caramelo
desconocido dejará de serlo.
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